“El coordinador no inventa nada, sólo saca a la luz lo que ya está en el que viene al taller”, afirmó Elizabeth Ascona Cranwell, escritora que coordina dos talleres, uno de poesía y otro de narrativa.
Blaisten tiene un concepto estricto de lo que debe ser un taller: “Es un lugar de trabajo, de reelaboración de lo escrito. Si hay que rehacer el texto, se rehace. Hay que leer lo producido por uno mismo como si fuera hecho por el peor enemigo”.
Algo mejor
Los escritores que coordinan talleres literarios no son pocos. Y a esta altura, algunos se atreven a sacar conclusiones.
Liliana Heker y Eduardo Gudiño Kiefer, ambos escritores y maestros, coinciden en que un mejoramiento general de la técnica, una escritura correcta, es el rastro más visible que va dejando el taller literario.
“La prueba son los trabajos que llegan a los concursos -dice Gudiño Kiefer-. Han mejorado mucho y se nota el aprendizaje de la técnica, sobre todo en los concursos de cuento”. De todos modos, la corrección es regla, agrega, y otra cosa es convertirse en escritor. “De lo correcto a lo literario hay una distancia enorme”,dijo.
Algunos talleres publican antologías o colecciones para dar a conocer a los más jóvenes y, por supuesto, los concursos suelen ser otra pista de aterrizaje frecuente.
Gran cantidad de escritores jóvenes publicados y premiados han surgido de estos grupos: Juan Forn, autor de “Nadar de noche”, Jorge Castelli, ganador del concurso de inéditos de La Nación, Marcelo Carusso, autor de “Brull”, Claudia Solans y María Fernanda Curten, los dos primeros premios del último certamen del Fondo Nacional de las Artes.
De todos modos, dice Castillo, los escritores que aspiran a ver su nombre impreso en la tapa de un libro saben que el taller puede ser un camino para su objetivo, pero tienen que luchar contra los prejuicios.
“Hay una cierta desconfianza de los editores, de los otros escritores hacia los que surgen de un taller o que pasaron por un taller”, aseguró Castillo. Y la explicación es sencilla, no siempre el taller está bien llevado y muchas veces el resultado es una copia sin brillo del coordinador.
Vueltas
Otra vuelta de tuerca. En la oferta de encuentros literarios hay de todo, como en botica.
Universitarios, escolares, lúdicos, profesionales. Para principiantes, para escribas ya más entrenados y con lecturas abundantes (en general, el requisito para ser admitido por los escritores), para aquellos que no tienen pretensiones literarias y sólo quieren liberarse.
“Para los que están solos y aburridos, para los que dejaron al psicólogo, para los que no tienen televisor, para las señoras que quieren escaparse de las obligaciones hogareñas, para los jubilados que se aburren en casa y sacan de los viejos cajones los poemas de la juventud.”
La ironía de los escritores no tiene límites, pero, al parecer, es proporcional con la osadía de algunos habitués itinerantes, más interesados en el encuentro social que en ponerse a trabajar con las palabras.
En la escuela
Las escuelas no son ajenas a este fenómeno. En forma experimental al principio, desde los setenta, y ya regularmente en los últimos años, maestros y alumnos -a partir de los cinco años- se sumergen en un mar embravecido de palabras con el firme objetivo de domarlas para hacerlas parte de una historia.
La casi arcaica fórmula pongan de título “Redacción; tema: las vacaciones”, dio paso a la ejercitación de la escritura como un juego en el que los chicos aprenden a perderles el miedo a las palabras.”Los programas actuales -confirma Pampillo- contemplan la experiencia de la escritura de manera menos esquemática. El estudio de la sintaxis ya no es religión sino herramienta. Poder leer y producir textos es ahora el objetivo primordial.”
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