viernes, 27 de febrero de 2009

LOS QUE ESCRIBEN 1















































Isabel Allende:

En el mejor de los casos la escritura intenta dar voz a quienes no la tienen o a quienes han sido silenciados, pero cuando lo hago no me impongo la tarea de representar a nadie, trascender, dar un mensaje o explicar los misterios del universo, simplemente trato de contar en el tono de las conversaciones privadas, procurando que no se me olviden el humor y la compasión, dos ingredientes necesarios para dar vida a los personajes.

No escojo el tema, el tema me escoge a mí. Mi trabajo consiste en dedicar suficiente tiempo, silencio y disciplina a la escritura para que los personajes aparezcan de cuerpo entero y hablen por sí mismos.


Carezco de un plan, no sé lo que ocurrirá. Una frase inicial entreabre una puerta por donde me asomo tímidamente a otro mundo. En los meses siguientes explorará ese territorio palabra a palabra. Los personajes, que al principio son muy borrosos, irán revelándose con sus contornos precisos, cada uno con su propia voz, su biografía, su carácter, sus mañas y grandezas, tan reales e independientes que sería inútil de mi parte tratar de controlarlos. La historia se desdoblará lentamente, un pliegue a la vez, hasta llegar a los estratos más profundos.

Ken Follet:

Algunos autores empiezan por los personajes, pero la mayoría de los escritores populares funcionamos al revés: pensamos en una historia, una idea, y luego pensamos en qué ha sucedido antes y después y quienes son estas personas, lo que quieren y desean, y así crece la historia.
No se le debe permitir al lector ni un momento de respiro. Los personajes resuelven un problema surge otro, y eso hace que los lectores den vuelta la página.

George Orwell:

Dejando aparte la necesidad de ganarse la vida, creo que hay cuatro grandes motivos para escribir, por lo menos para escribir prosa. Existen en diverso grado en cada escritor, y concretamente en cada uno de ellos varían las proporciones de vez en cuando, según el ambiente en que vive. Son estos motivos:

1. El egoísmo agudo. Deseo de parecer listo, de que hablen de uno, de ser recordado después de la muerte, resarcirse de los mayores que lo despreciaron a uno en la infancia, etc., etc. Es una falsedad pretender que no es éste un motivo de gran importancia. Los escritores comparten esta característica con los científicos, artistas, políticos, abogados, militares, negociantes de gran éxito, o sea con la capa superior de la humanidad. La gran masa de los seres humanos no es intensamente egoísta.

Después de los treinta años de edad abandonan la ambición individual -muchos casi pierden incluso la impresión de ser individuos y viven principalmente para otros, o sencillamente los ahoga el trabajo. Pero también está la minoría de los bien dotados, los voluntariosos decididos a vivir su propia vida hasta el final, y los escritores pertenecen a esta clase. Habría que decir los escritores serios, que suelen ser más vanos y egoístas que los periodistas, aunque menos interesados por el dinero.

2. Entusiasmo estético. Percepción de la belleza en el mundo externo o, por otra parte. en las palabras y su acertada combinación. Placer en el impacto de un sonido sobre otro, en la firmeza de la buena prosa o el ritmo de un buen relato. Deseo de compartir una experiencia que uno cree valiosa y que no debería perderse. El motivo estético es muy débil en muchísimos escritores, pero incluso un panfletario o el autor de libros de texto tendrá palabras y frases mimadas que le atraerán por razones no utilitarias; o puede darle especial importancia a la tipografía, la anchura de los márgenes, etc. Ningún libro que esté por encima del nivel de una guía de ferrocarriles estará completamente libre de consideraciones estéticas.

3. Impulso histórico. Deseo de ver las cosas como son para hallar los hechos verdaderos y almacenarlos para la posteridad.

4. Propósito político, y empleo la palabra “político” en el sentido más amplio posible. Deseo de empujar al mundo en cierta dirección, de alterar la idea que tienen los demás sobre la clase de sociedad que deberían esforzarse en conseguir. Insisto en que ningún libro está libre de matiz político. La opinión de que el arte no debe tener nada que ver con la política ya es en sí misma una actitud política.

Clarice Lispector:

Escribir es usar la palabra como carnada, para pescar lo que no es palabra. Cuando esa no-palabra, la entrelínea, muerde la carnada, algo se escribió. Una vez que se pescó la entrelínea, con alivio se puede echar afuera la palabra.


Horacio Quiroga:


Cree en un maestro -Poe, Maupassant, Kipling, Chejov- como en Dios mismo.
Cree que su arte es una cima inaccesible. No sueñes en domarla. Cuando puedas hacerlo, lo conseguirás sin saberlo tú mismo.
Resiste cuanto puedas a la imitación, pero imita si el influjo es demasiado fuerte. Más que ninguna otra cosa, el desarrollo de la personalidad es una larga paciencia.
Ten fe ciega no en tu capacidad para el triunfo, sino en el ardor con que lo deseas. Ama a tu arte como a tu novia, dándole todo tu corazón.
No empieces a escribir sin saber desde la primera palabra adónde vas. En un cuento bien logrado, las tres primeras líneas tienen casi la importancia de las tres últimas.
Si quieres expresar con exactitud esta circunstancia: “Desde el río soplaba el viento frío”, no hay en lengua humana más palabras que las apuntadas para expresarla. Una vez dueño de tus palabras, no te preocupes de observar si son entre sí consonantes o asonantes.
No adjetives sin necesidad. Inútiles serán cuantas colas de color adhieras a un sustantivo débil. Si hallas el que es preciso, él solo tendrá un color incomparable. Pero hay que hallarlo.
Toma a tus personajes de la mano y llévalos firmemente hasta el final, sin ver otra cosa que el camino que les trazaste. No te distraigas viendo tú lo que ellos no pueden o no les importa ver. No abuses del lector. Un cuento es una novela depurada de ripios. Ten esto por una verdad absoluta, aunque no lo sea.
No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir, y evócala luego. Si eres capaz entonces de revivirla tal cual fue, has llegado en arte a la mitad del camino
No pienses en tus amigos al escribir, ni en la impresión que hará tu historia. Cuenta como si tu relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno. No de otro modo se obtiene la vida del cuento.


Augusto Monterroso:

Pocas cosas hay tan fáciles de echar a perder como un cuento. Diez líneas de exceso y el cuento se empobrece; tantas de menos y el cuento se vuelve una anécdota y nada más odioso que las anécdotas demasiado visibles, escritas o conversadas.La verdad es que nadie sabe cómo debe ser un cuento. El escritor que lo sabe es un mal cuentista, y al segundo cuento se le nota que sabe, y entonces todo suena falso y
aburrido y fullero. Hay que ser muy sabio para no dejarse tentar por el saber y la seguridad.

Gabriel García Márquez:

Una cosa es una historia larga, y otra, una historia alargada.
Es más fácil atrapar un conejo que un lector.
Hay que empezar con la voluntad de que aquello que escribimos va a ser lo mejor que se ha escrito nunca, porque luego siempre queda algo de esa voluntad.
Cuando uno se aburre escribiendo el lector se aburre leyendo.


Stephen King:



Asesina las palabras y frases superfluas. Pero tampoco te pases.
Es preciso que los personajes no suenen postizos, que sean y suenen honestos, con sus lados buenos y sus lados malos. Eso hará que la gente los vea humanos, y pueda crear conexiones con ellos.
Si haces caso de los críticos, no conseguirás demasiado. Tu escritura se volverá peor y además aburrirá.
Lleva siempre un libro encima. Lee de todo. Expande horizontes. Conoce.
Escribe, escribe y escribe. No esperes que venga la invitación a escribir por parte de alguna musa anónima.

Friedrich Nietzsche:



Antes de tomar la pluma, hay que saber exactamente cómo se expresaría de viva voz lo que se tiene que decir. Escribir debe ser sólo una imitación.El escritor está lejos de poseer todos los medios del orador. Debe, pues, inspirarse en una forma de discurso muy expresiva. Su reflejo escrito parecerá de todos modos mucho más apagado que su modelo.
El tacto del buen prosista en la elección de sus medios consiste en aproximarse a la poesía hasta rozarla, pero sin franquear jamás el límite que la separa.

EL OFICIO DE APRENDER A ESCRIBIR


Una realidad recorre el ambiente: cada vez hay más gente que escribe cuentos y novelas. El taller reemplazó de algún modo a los bares de los años ’60. “Escritores-maestros” y “alumnos” aportan claves.

No sería exagerado afirmar que Buenos Aires acaba de añadir otro atributo a su genealogía cultural. “La más europea de las ciudades latinoamericanas” es “la capital de los talleres literarios”, un fenómeno que en estos últimos años está creciendo sin parar y que probablemente se haya adoptado de la tradición norteamericana. Pueden ser un espacio de preparación o de orientación para ese puñado cada vez más numeroso de jóvenes, y no tanto, que desea escribir y publicar. Si en los ’60, los bares y las revistas literarias eran los lugares de aprendizaje donde se debatía apasionadamente entre pares, los talleres llegaron, a principios de los ’80, para suplantar esa experiencia. Página/12 convocó a Hebe Uhart, Guillermo Saccomanno, Alicia Steimberg y Liliana Heker para debatir sobre el rol que cumplen los talleres en la formación de un escritor. ¿Por qué cada vez hay más gente que escribe, más incluso de la que se pueda imaginar? Saccomanno cree que a partir de la crisis de 2001, la literatura demostró que tiene una mayor posibilidad de expresar el malestar social. Heker señala que la escritura es democrática, pero la literatura no. Y en una línea similar, Uhart opina que al ser la palabra una herramienta de uso común, parece más fácil dedicarse a escribir que a la pintura, que requiere conocer la técnica. Steimberg se anima a decir que casi todas las personas alfabetas tienen la fantasía de ser escritores.

La escritura como religión

Saccomanno conoce el chiste que circula en el ambiente literario: “¿Querés ganar el premio Clarín?… Anotate en el taller de Saccomanno…”. Angela Pradelli, con El lugar del padre, en 2004, y Claudia Piñeiro, con Las viudas de los jueves, el año pasado, ganaron las últimas dos ediciones de este concurso, y ambas son alumnas de Saccomanno. “Mi taller no te propone ganar premios”, objeta el escritor. “Desnudemos el sistema: el libro es parte de un negocio. Si Julio Cortázar hoy se presentara a la editorial Sudamericana con Bestiario, lo más probable es que no se lo publicaran.” El autor de El pibe sostiene que a veces las editoriales chicas como Beatriz Viterbo, Interzona o Santiago Arcos son más interesantes para un autor que recién empieza a publicar porque lo cuidan y lo protegen. “La literatura argentina tiene hoy una potencia en términos de diversidad de poéticas que compiten entre sí que no tienen otras literaturas como la española, que está de culo blando –compara Saccomanno–. En la Argentina, a partir de la crisis de 2001, la literatura demostró que tiene una mayor posibilidad de expresar el malestar social.”

“Ningún escritor sale de un taller –afirma Saccomanno–. Angela Pradelli, que para mí es uno de los ejemplos más formidables que tengo, ya había ganado un premio en Casa de las Américas y había editado un libro de cuentos cuando llegó a mi taller.” Para Saccomanno, el taller no forma, pero orienta. “A mí lo que me importa es que cada uno encuentre su propia voz, no que salgan todos con una voz parecida a la mía”, advierte el escritor, que hace diez años que se dedica a coordinar talleres. “A los que se quejan porque soy muy duro y riguroso, les digo: vayan al taller de Abelardo Castillo. Para mí es un lugar de trabajo, no es un espacio de terapia de grupo ni de halago fácil. Esto es un oficio, y creo, como decía Kafka, que la escritura es una religión.” El escritor señala que es erróneo trazar un antagonismo entre los talleres literarios y la carrera de letras. “A muchos de los chicos de mi taller les digo que vayan a las clases de Panessi, de Link, de Viñas. Me opongo a crear esa antinomia en un país en donde todo está dividido y conviene sumar y no restar.”

Las vision recortadas

¿De dónde viene la idea de los talleres literarios? Hebe Uhart traza una hipótesis: “Supongo que surge de observar la tradición norteamericana en la que grandes escritores, como Carson McCullers, han sido miembros de distintos talleres. Hay manuscritos de McCullers que están marcados con las observaciones que le había hecho su profesor de taller”, revela Uhart, que empezó a coordinar su primer taller en el famoso Bancadero, fundado por Alfredo Moffatt, en 1982. “Después de esa experiencia, podés coordinar cualquier cosa porque había gente muy fronteriza”, bromea la autora de Guiando la hiedra y Camilo asciende. Uhart no cree que los talleres sean un espacio de formación de escritores. “El coordinador de un taller impone una tónica y no todos compatibilizan con esa forma. El taller es una de las tantas motivaciones que puede tener alguien que está empezando a escribir”, opina la escritora, que tiene un puñado de grandes maestros que suele dar en sus talleres, como Chéjov, los norteamericanos Erskine Caldwell (“por la manera en que compone los personajes”), Mary McCarthy y Scott Fitzgerald, el escocés Saki,

los argentinos Daniel Moyano e Isidoro Blaisten, el uruguayo Felisberto Hernández, el peruano Alfredo Bryce Echenique y el guatemalteco Augusto Monterroso, entre otros.

En cuanto al fenómeno, Uhart añade: “Hay mucha más gente que escribe de la que uno pueda pensar. Al ser la palabra una herramienta de uso común, parece más fácil escribir que dedicarse a la pintura, que requiere conocer la técnica. En una ciudad tan grande, con un conurbano tan grande, hay un prejuicio de que los escritores y los lectores son pocos. Son visiones recortadas que separan la escritura de la lectura”.

Del bar a los talleres

Liliana Heker cuenta cómo fue su formación, su aprendizaje y el de varios de los narradores de los ’60: “En esa época hubiéramos considerado al taller literario una mala palabra porque nos parecía ridículo que un escritor se considerara con autoridad para decirle a otro cómo se escribía –confiesa la autora de Zona de clivaje–. Había muchos grupos de escritores jóvenes, mucha discusión y pasión y así íbamos aprendiendo el oficio. Además, había gran cantidad de revistas literarias y editoriales chicas; un escritor joven tenía diversos caminos alternativos para publicar y esto sin duda aceleraba en nosotros ciertos procesos. Pero esta ebullición desapareció de manera feroz y violenta durante la dictadura. La discusión que se daba en general en los bares dejó de existir. Los talleres vinieron a suplantar esa experiencia y se quedaron porque cuando se terminó la dictadura no se recuperó esa experiencia anterior”. Heker empezó en 1978, cuando la llamaron del teatro IFT para que se encargara de un taller de narrativa. Por sus talleres pasaron, entre otros, Silvia Schujer (“que escribió uno de los primeros cuentos que escuché sobre desaparecidos”, puntualiza la escritora), Raúl Brasca, Guillermo Martínez, Ricardo Mariño y Pablo Ramos (ver aparte), entre otros.

Heker señala que “hay que trabajar mucho para encontrar ese tono, esa música, ese efecto que se quiere dar. Un escritor aprende su oficio y se puede transmitir el propio saber para que el otro lo procese a su manera y pueda hacer su aprendizaje”. La escritora aclara que le interesa que los que asisten a su taller estén dispuestos a encarar la literatura como un trabajo. ¿Qué implica esta decisión? “Bancarse las críticas, aunque sean realmente duras, y sobre todo que tenga pasión por la lectura y por la escritura. No me importa que escriba bien, porque nadie empieza haciendo bien nada de lo que hace.” Los talleres crecen como hongos y Heker reconoce que le sorprende que haya tanta gente interesada en escribir. “En un concurso pueden llegar hasta más de 1000 cuentos y es increíble que haya mil personas que escriban cuentos. Debe tener que ver con la necesidad de la gente de expresarse, aunque pocas veces esté relacionado con una elección fuerte de trabajar en la literatura y de construir una obra”, explica. “Si hay un concurso de composiciones musicales, no van a recibir tanto material porque hay poca gente que tiene acceso a un saber musical. Pero para escribir lo único que se requiere es no ser analfabeto, y creo que cualquier persona se siente con ese saber y piensa que puede escribir un cuento. En realidad la escritura es democrática, pero la literatura no.” Heker menciona a varios maestros argentinos del género cuento como Castillo, Isidoro Blaisten y Juan José Saer. Sin embargo, Heker observa que hay influencias que son peligrosas. “Borges construye cuentos como los dioses, pero su influencia puede ser nefasta porque una cosa es aprender de Borges y otra es copiarlo. Hay influencias que si no se las asimila bien, pueden derivar en la mera copia.” Si cada escritor va eligiendo su propia familia de maestros, Heker no duda en señalar tres pilares, que nunca faltan en sus talleres: Maupassant, Chéjov y Poe. Con fama de dura a la hora de señalar lo que falla en un texto, Heker concede que existe un malentendido bastante generalizado. “Hay gente que viene a leer sus textos para lucirse; creen que han escrito algo genial. Esa gente suele no volver a la clase siguiente de mi crítica.”

Un poco de locura

Alicia Steimberg plantea que el taller acompaña el proceso de hacerse escritor por un tiempo bastante corto. “Un escritor se forma, principalmente, leyendo, pero obviamente tiene que haber otros ingredientes, porque un magnífico lector no tiene por qué ser escritor”, sugiere la autora de La loca 101. “No podría decir que todas las personas alfabetas quieran ser escritores, pero me animaría a decir que casi todas. Pero si vos querés ser médica, no vas a probar cómo te sale agarrar un bisturí y abrirle la panza a alguien, ¿no? Puede ser una locura, pero también hay un poco de locura en el hecho de dedicarse a escribir”, subraya la escritora. “El error de la gente es pensar que se descubre a un escritor yendo a un taller literario.” Steimberg, que lleva ya 20 años dando talleres, precisa que detecta mucha ansiedad en quienes comienzan un taller. “Es muy frecuente que alguien que no ha estado trabajando mayormente o que ni siquiera escribió un ensayo de cuento, al mes pregunte: ‘¿estoy mejor?’”, revela la escritora. “Estuve veinte años trabajando antes de publicar mi primer libro, Músicos y relojeros. Tenía 38 cuando salió, pero desde los 18 escribía con intención literaria, aunque no sé si era literatura aquello que escribía porque nunca se lo mostré a nadie”, recuerda. “En cierto momento tuve un gran estímulo, mi segundo marido, que me encontró ya en una situación en que tenía que publicar porque había pasado demasiado tiempo. El me dijo que probara con los concursos y mandé Músicos y relojeros a dos concursos al mismo tiempo, cosa que no se debe hacer, pero resultó bien.” Como quedó finalista del Seix Barral y el listado se publicó en los diarios argentinos, la llamaron para ver el original, les interesó y se lo publicaron. Steimberg reivindica la práctica de la reescritura como el mejor ejercicio de taller literario. “Borges pensaba que lo único que podemos hacer es reescribir. El decía algo parecido al Eclesiastés: ‘Todo está ya escrito, todo sucedió ya’.”

¿QUÉ ES UN TALLER LITERARIO?


“Los talleres literarios no sirven para nada”, dijo Abelardo Castillo, escritor y coordinador de un taller, y explicó que no hay mejor taller que “la propia biblioteca de un escritor”.

Para Isidoro Blaisten, “un taller es fundamentalmente un lugar de encuentro donde alguien que tiene una vocación literaria viene a encontrase con sus pares”, explicó. Es también escritor y coordinador.
“El coordinador no inventa nada, sólo saca a la luz lo que ya está en el que viene al taller”, afirmó Elizabeth Ascona Cranwell, escritora que coordina dos talleres, uno de poesía y otro de narrativa.
Blaisten tiene un concepto estricto de lo que debe ser un taller: “Es un lugar de trabajo, de reelaboración de lo escrito. Si hay que rehacer el texto, se rehace. Hay que leer lo producido por uno mismo como si fuera hecho por el peor enemigo”.
Algo mejor
Los escritores que coordinan talleres literarios no son pocos. Y a esta altura, algunos se atreven a sacar conclusiones.
Liliana Heker y Eduardo Gudiño Kiefer, ambos escritores y maestros, coinciden en que un mejoramiento general de la técnica, una escritura correcta, es el rastro más visible que va dejando el taller literario.
“La prueba son los trabajos que llegan a los concursos -dice Gudiño Kiefer-. Han mejorado mucho y se nota el aprendizaje de la técnica, sobre todo en los concursos de cuento”. De todos modos, la corrección es regla, agrega, y otra cosa es convertirse en escritor. “De lo correcto a lo literario hay una distancia enorme”,dijo.
Algunos talleres publican antologías o colecciones para dar a conocer a los más jóvenes y, por supuesto, los concursos suelen ser otra pista de aterrizaje frecuente.
Gran cantidad de escritores jóvenes publicados y premiados han surgido de estos grupos: Juan Forn, autor de “Nadar de noche”, Jorge Castelli, ganador del concurso de inéditos de La Nación, Marcelo Carusso, autor de “Brull”, Claudia Solans y María Fernanda Curten, los dos primeros premios del último certamen del Fondo Nacional de las Artes.
De todos modos, dice Castillo, los escritores que aspiran a ver su nombre impreso en la tapa de un libro saben que el taller puede ser un camino para su objetivo, pero tienen que luchar contra los prejuicios.
“Hay una cierta desconfianza de los editores, de los otros escritores hacia los que surgen de un taller o que pasaron por un taller”, aseguró Castillo. Y la explicación es sencilla, no siempre el taller está bien llevado y muchas veces el resultado es una copia sin brillo del coordinador.

Vueltas
Otra vuelta de tuerca. En la oferta de encuentros literarios hay de todo, como en botica.
Universitarios, escolares, lúdicos, profesionales. Para principiantes, para escribas ya más entrenados y con lecturas abundantes (en general, el requisito para ser admitido por los escritores), para aquellos que no tienen pretensiones literarias y sólo quieren liberarse.
“Para los que están solos y aburridos, para los que dejaron al psicólogo, para los que no tienen televisor, para las señoras que quieren escaparse de las obligaciones hogareñas, para los jubilados que se aburren en casa y sacan de los viejos cajones los poemas de la juventud.”
La ironía de los escritores no tiene límites, pero, al parecer, es proporcional con la osadía de algunos habitués itinerantes, más interesados en el encuentro social que en ponerse a trabajar con las palabras.

En la escuela
Las escuelas no son ajenas a este fenómeno. En forma experimental al principio, desde los setenta, y ya regularmente en los últimos años, maestros y alumnos -a partir de los cinco años- se sumergen en un mar embravecido de palabras con el firme objetivo de domarlas para hacerlas parte de una historia.
La casi arcaica fórmula pongan de título “Redacción; tema: las vacaciones”, dio paso a la ejercitación de la escritura como un juego en el que los chicos aprenden a perderles el miedo a las palabras.”Los programas actuales -confirma Pampillo- contemplan la experiencia de la escritura de manera menos esquemática. El estudio de la sintaxis ya no es religión sino herramienta. Poder leer y producir textos es ahora el objetivo primordial.”