jueves, 9 de febrero de 2012

ASÍ, CASI SIN QUERER...

Se miró por quinta vez en el espejo. Sin duda era él quien estaba en aquel reflejo pálido. Revolvió el cabello con su mano izquierda, acomodó los anteojos con un leve toque hacia arriba y tras dar media vuelta apagó la luz y recorrió los diez o doce pasos que lo separaban de la puerta que daba al pasillo que daba a la calle.
Era un hombre que como tantos otros no necesitaba mucho para sentirse bien. La vida lo puso a prueba más veces de las que estaba dispuesto a reconocer, pero siempre pudo, supo o quiso salir adelante. Levantar la cabeza, secarse las lágrimas y volver a ofrecer la cara al viento y a las oportunidades que estaban ahí; nada más era cuestión de estirar una mano para poder asirlas con la fuerza de una tormenta que ruge.
Así, casi sin querer, había sabido de ella y casi, sin querer, la invito a saber de él. Le contó sobre todo lo que amaba y le dijo que jamás, jamás bailaba. Supo que su nombre era María y supo que le gustaría saber cómo era cuando se reía.
Así, casi sin querer, fueron pasando los días, ella trabajaba y soñaba con las vacaciones que no llegaban y no llegaban. Él vacacionaba y esperaba cada mañana para escribirle un “hola” o cualquier otra frase con pretensiones de ser ingeniosa, divertida o con algún otro ingrediente que hiciese que ella, la que se llamaba María, se sintiera sorprendida y así, casi sin querer, no podría hacer otra cosa más que responder y entonces, él también respondería, siempre pensando que le gustaría saber cómo era cuando se reía.
Las vacaciones de ella al fin la visitaron y el trabajo de él volvió a buscarlo para ponerlo de regreso en ese mundo repleto de alaridos metálicos en el que había elegido vivir.
Un tiempo después todo estuvo dispuesto para que él develara su intriga de saber cómo era ella cuando se reía. Antes de salir, se miró por quinta vez en el espejo. Sin duda era él quien estaba en aquel reflejo pálido. Revolvió el cabello con su mano izquierda, acomodó los anteojos con un leve toque hacia arriba y tras dar media vuelta apagó la luz y recorrió los diez o doce pasos que lo separaban de la puerta que daba al pasillo que daba a la calle.
Rodolfo Tornello.

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